Rossi vs. Messi: una final de Conferencia anticipada con sabor a mate y olor a pasto recién cortado

A ver, a ver, a ver… No nos pongamos solemnes, que esto no es ni la final del Mundial ni la última cena de Messi. Pero mamita querida, qué lindo partido nos regala el calendario de la MLS: Columbus Crew vs. Inter Miami: la Pandilla contra las Garzas.

El mate contra el sushi. El golpe por golpe de Nancy frente al tiki-taka de Mascherano. Y todo, nada más y nada menos, que en un estadio de la NFL con capacidad para casi 70 mil almas, el Huntington Bank Stadium, donde normalmente se estrellan los Cleveland Browns pero esta vez aterriza el Messi-show.

¿Final de conferencia en abril? No, señores. Esto es la MLS: acá se juega a cara de perro hasta en el All-Star Game. Lo de este sábado es un ensayo general de lo que podría ser la batalla definitiva en diciembre. Y como todo buen tráiler, tiene piñas, protagonistas carismáticos, y uno que otro héroe con pasado en el Barcelona.

Los técnicos: uno es Nancy y el otro, más que técnico, parece un ex soldado de guerra

Wilfried Nancy no tiene nombre de técnico. Tiene nombre de peluquero francés que te cobra 300 dólares el corte, pero te sirve un café con espuma y charla de Voltaire. Pero que no los engañe el nombre. Nancy es un cirujano del contragolpe, un filósofo del bombazo cruzado. Agarró a Columbus y lo convirtió en una máquina de correr, pegar y ganar. Perdió a Cucho Hernández, sí. Pero no se le movió un pelo del bigote: lo reemplazó con funcionamiento colectivo. ¿Qué es eso? Una forma educada de decir que todos corren como condenados y uno siempre la mete.

En la otra esquina, con cara de jugador que sigue entrando a cortar todo lo que se mueve, está Javier Mascherano. El Jefecito llegó a Inter Miami como el tío serio que te ordena la pieza y te da una charla sobre la vida. Y lo logró: ordenó una defensa que antes era más floja que promesa de político en campaña. Con Ustari en el arco, Maxi Falcón con pelo de heavy metal, y Noah Allen como descubrimiento tipo “Pokémon shiny”, las Garzas se volvieron duras atrás. ¿Y adelante? Bueno, está Messi. Y si el argentino está en cancha, siempre pasa algo. A veces magia. A veces milagros. A veces los dos.

Rossi vs. Messi: duelo de estrellas, aunque uno brille con luz solar y el otro con energía nuclear

Diego Rossi es como ese actor de reparto que cada vez que aparece en pantalla se roba la película. No tiene Balones de Oro ni documentales en Netflix, pero cuando juega, pasa algo. En Columbus ya lo aman: 6 goles en 10 partidos, y una humildad que da ternura. En una rueda de prensa dijo: “Estoy bien, con ganas, como cada semana”. Rossi es el tipo que te da un pase gol y después te ayuda a cargar las bolsas del súper.

Y después está Lionel Andrés Messi Cuccittini, el GOAT, el dios del fútbol, el tipo que convierte cada partido en una procesión de celulares apuntando. Lleva 8 goles y 3 asistencias en 10 partidos. O sea, más que todos los jugadores del Sporting KC Juntos esta temporada. Y eso que se perdió unos encuentros por molestias físicas (o por aburrimiento de ser demasiado bueno). Siempre que está, la historia cambia. Como si fuera un guionista secreto de la liga.

Un estadio que vibra, un récord que tiembla y un país que mira

Lo de jugar en el estadio de los Browns no es casualidad. Es estrategia, amigos. Si Messi juega, hay que llevarlo a un lugar donde entre toda la familia, el perro, el vecino y los curiosos que pensaban que iban a un partido de béisbol. Se espera otro récord de asistencia, otro capítulo del “Efecto Messi”, ese que transforma pasto sintético en alfombra roja y convierte partidos comunes en trending topic.

¿Quién gana?

Difícil decirlo. Columbus es una locomotora. Inter Miami tiene a Messi, que es como tener un dragón en un torneo de ajedrez. Rossi llega encendido. Suárez todavía no aparece, pero ojo: los uruguayos siempre vuelven. Mascherano dirige con mirada de sargento y Nancy con la elegancia de un chef con tres estrellas Michelin.

Pero al final, gane quien gane, el gran vencedor es el fútbol. Ese fútbol lleno de condimentos, de estadios prestados, de técnicos opuestos, de goles y récords, de uruguayos rendidores y argentinos iluminados. El fútbol que da para escribir crónicas como esta, con una sonrisa torcida y el corazón acelerado.

Este sábado no se juega un partido. Se escribe un capítulo.

Y ojalá que el árbitro no lo arruine.


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