
A ver, seamos sinceros. Cuando uno ve a Lionel Messi, con 36 años y más partidos encima que millas en un camion de El Conejo USA, que sigue haciendo de las suyas como si jugara en el patio de su casa con sus hijos, no queda otra que abrir un vino Malbec (del Valle de Uco si es posible), prender el televisor y decir: “gracias, Dios, por haberme hecho nacer en esta epoca y ser testigo de esto”. Porque lo del último partido entre Inter Miami y Columbus Crew fue eso: una clase magistral, un guión de cine, una cachetada a los escépticos y una caricia al alma futbolera.
Messi la rompió. Otra vez. Sí, ya sabemos, parece un titular viejo, gastado, repetido como esa anectdota de tío borracho en la sobremesa. Pero lo cierto es que este tipo no juega contra los rivales. Juega contra el almanaque. Y lo está goleando. Mientras Cristiano Ronaldo al que lo obligan a competir con el GOAT anda colgado en ligas donde el aire acondicionado vale más que la entrada, el rosarino se cargó al único invicto de la MLS con un liderazgo que deberían ir directo al Louvre.
Y si hablamos de sangre argentina, cómo no mencionar al pibe Benjamín Cremaschi, o “Benji” como le decimos en el barrio y en la transmisión de Apple TV con tonada de Miami. Nacido en Key Biscayne, pero con el ADN del potrero en las venas. Ese gol de palomita que clavó fue una mezcla de empuje de Chacarita, precisión de Menotti, picardia de Bilardo y festejo de Scaloni en Qatar. Este pibe no es promesa, es presente. Y ojo, que con Messi como maestro y Ustari como ángel guardián atrás, puede terminar siendo el heredero espiritual de toda una camada de gladiadores ya sea que se decida por USA o por la seleccion Argentina.
Porque sí, señores, hablar de Ustari también es hablar de Argentina. El arquero se atajó la vida. Sacó una con la cara, otra con la uña del dedo meñique y una más con lo que parece haber sido una intervención divina. Mientras la pandilla tocaba y tocaba con ese estilo tan prolijo que propone Wilfried Nancy —sí, muy estético, muy europeo, muy lindo para la estadística—, Ustari se encargó de recordarle al mundo que los partidos se ganan con sangre, no con porcentajes.
Y ahí está la diferencia. Mientras Columbus jugaba a no equivocarse, Inter Miami jugaba a ganar. A meter, a romper esquemas, a mirar a los ojos. El Crew es una orquesta suiza, afinada, disciplinada. Pero la orquesta del jefecito Mascherano es de barrio, de bombos y guitarras, de rebeldes con causa que corren cada balon como si de eso dependiera su vida y el plato de comida de sus hijos. Y por eso les rompieron el invicto. Con clase, con garra y con la certeza de que la segunda consecutiva Supporters’ Shield no es una utopía, sino una meta al alcance del botín zurdo de Lionel y de los botines gastados de toda esa banda que se armó en la Florida para hacer historia.
Porque en este juego hermoso y cruel, se gana con fútbol, sí. Pero también se gana con lo que no se ve en los mapas de calor: la picardía, la memoria muscular, la herencia, la genetica, la camiseta transpirada. Y ahí, amigo lector, Inter Miami se recibió de candidato.
¿El resumen? Messi está viejo, dicen. Pero juega como si el tiempo lo envidiara mas que los mexicanos. Y eso, en la MLS, una liga en crecimiento, repleto de promesas, estrellas internacionales y camisetas flúo, vale oro.